lunes, 29 de mayo de 2006

CARTA

Recuerdo que tú dibujaste una casa en la arena. Y recuerdo que yo tuve ganas de instalarme allí y pensé que en esa casa cuadrada de arena y mar no me faltaría nunca nada, por pequeña y efímera que fuese. Y recuerdo que yo dibujaba en la arena con mis pies el contorno de esa acogedora casa donde viviría con tu sonrisa. Y de repente el tren me raptó y me arrancó de mi casa de arena que muchos otros pies ya habrán borrado... Y tengo la certeza de estar loca como una cabra y de no saber cómo compaginar mis casas de arena con el futuro que me espera. En una casa que nadie ha dibujado. Sin arena y sin mar y sin tu sonrisa.
Pluma.
Se acaba la música.


Mamiloca escribía estas cosas cuando estaba triste, hace ya un tiempo.
Dibujaba casas de arena que luego se iban desmoronando poco a poco, como si de sueños se tratase que desaparecen de la memoria como a traición cuando uno se despierta.
Construía castillos de cartón que le llenaban los ojos de luces de colores, de chispas de alegría como estrellas fugaces.
Pero al final el tiempo la fué recompensando.
Algunos granitos de esa arena fina y blanca eran obstinados y se fueron quedando, se fueron quedando. Y poco a poco se dió cuenta de que ante sus ojos tenía una acogedora casa que ni el más feroz de los vientos podría nunca desbaratar.
Y entonces pudo dormir como un angelito.


Como mecida por una nube. Blanca y mullida. Ligera como una pluma de algodón.

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