martes, 25 de julio de 2006

Catarsis

Mamiloca esta noche ha tenido un sueño triste. Y lo ha sacado al aire por ver si el viento se lo lleva.
Por ver si esta noche lo sueña de otra manera...



Sueño que caminamos por una ciudad lejana. Estamos viajando. Un río caudaloso nos acompaña y cruzamos un puente. Yo voy de la mano de mi compañero de siempre. Pero ha venido otro amigo con nosotros. Él me mira, me rodea, me llama con los ojos, me habla todo el rato como si no hubiera nadie más. Y yo no sé cómo acercarme a él porque mi compañero está conmigo y no quiero hacerle daño. Quiero irme con él, con ese amigo que viaja con nosotros y que no es nada mío, aún. Pero todo es difícil, y él aprovecha cualquier ocasión para acariciarme el pelo sin que los demás se den cuenta, me roza la mano, en un descuido un poco más largo de lo habitual me empuja tras una esquina y me roza los labios... Y yo no miro ya la ciudad, y quiero escapar de allí con él y que nadie entorpezca nuestro deseo incontenible.

Quiero perderme en él. Lo dejaría todo para conseguirlo, no puedo dejar de mirarle y ya no puedo resistir mucho más.

Pero a la vez le niego todo. No puedo darle lo que los dos queremos, aunque me muera por dentro mientras la gente alrededor, en la ciudad, sigue moviéndose ajena a nuestra angustia.

Y de repente él sale corriendo, y yo no quiero que se aleje porque sé que está desesperado, que hará cualquier cosa para que yo le siga. Grito su nombre, corro detrás de él para alcanzarle, pero no avanzo, mis pies no son capaces de trasportarme, y cada vez está más lejos, y le veo acercarse al río, y grito, y grito más, desesperada, y le llamo y le ruego que vuelva, pero ya no me oye. Ha cruzado el puente, y le veo llegar a la otra orilla corriendo, y se queda parado al borde del agua, y me lanza desde lejos una mirada inmensa que encierra todo su deseo, su súplica, su renuncia, y toda la tristeza del mundo. Y entonces comprendo y sé que ya no podré detenerle. Y salta al vacío. Y se hunde en el agua turbia que corre veloz entre las rocas. El río se lo traga. Y desaparece.

Y yo grito una vez más. Le quiero y no puedo alcanzarle. Le quiero y le he perdido.

Para siempre.

viernes, 7 de julio de 2006

Tebeos






Mamiloca desde su trabajo ha escrito esto MUY DEPRISA: en el trabajo tiene poco tiempo:


Era los viernes, si no recuerdo mal. Y era en Cádiz, tacita de plata. Pasaba allí los veranos, con mi familia, con mis primas, que vivían en la calle Zaragoza, junto a la plaza de San Antonio. Mi tío madrugaba muchísimo porque trabajaba en el puerto, en la lonja. Y los viernes madrugaba aún más, y un poco más tarde se pasaba por casa y nos dejaba un tesoro. Un tesoro misterioso, maravilloso, divertido, mágico. Sobre todo mágico. Eran los tebeos de la semana. !Lo menos cinco estupendos tebeos! que nos repartíamos y devorábamos con avidez y la mañana transcurría entre risas y aventuras y nos sumergía en un mundo aparte y distinto, un mundo de sueños donde todo era posible. Esperábamos esa mañana durante toda la semana, y ahora que lo pienso tal vez había en aquello algún motivo escondido; mis tíos, los pobrecitos, casi nunca tenían tiempo para estar solos, y ese día él aprovechaba, nos entretenía con los tebeos y después se echaba una siestita borreguera con su señora... pero eso a nosotros entonces no nos importaba en absoluto, de hecho ni nos enterábamos. Lo importante era la magnitud de ese regalo. Aquella casa de Cádiz... tenía un patio central y los tres pisos de que constaba el edificio tenían la misma disposición: había una galería en todo el contorno donde daban las habitaciones, y desde donde se podía charlar con todos los vecinos. Recuerdo los juegos. Y recuerdo los desayunos, las tostadas de barritas de pan recién hecho acompañadas con mantequilla salada... una mantequilla salada riquísima que no he vuelto a encontrar. Salada como el agua del mar que nos esperaba todos los días, ese Atlántico brioso e insuperable, inmenso, mi amante... Era el mar mi amante por esos tiempos, y yo con mis brazos abiertos quería abarcarlo todo, acariciarlo, y hasta el anochecer aquel era mi hogar y mi esposo. Y aquella fue mi primera historia de amor.