martes, 10 de octubre de 2006

Juguetes




Mamiloca tiene juguetes. Muchos. Aunque no tantos como quisiera. Tiene un lápiz para dibujar tardes de otoño de esas que siempre le han gustado tanto. Los dibujos le salen con viento del sur incluido, un viento suave que le revuelve el pelo y le hace soltar destellos dorados, como esas hojas que danzan asustando a los caracoles. Añora a veces una buena tormenta, de aquellas que disfrutaba hace años asomada a una ventana enorme, la noche y la lluvia torrencial entrando hasta el piso de baldosas blancas, esas noches llenas de relámpagos en que gritaba a la luna escondida. La luna escondida, los truenos retumbando a su alrededor. Quería comerse la noche en esos otoños lejanos y dorados.
Mamiloca sigue aquí. Bien es verdad que a veces se pone quejica y ruidosa y pesada. Llora como una tonta por los rincones y a veces es como un pato caprichoso, y por eso parece que no está. Se enfurruña porque no le salen las cosas como ella quisiera, y da la sensación de que ha desaparecido.
Pero sigue aquí. Aquí dentro dentro. Siempre supo disfrutar de las cosas de la vida. De las cosas sencillas y también de las complicadas. De todas.
Del otoño siempre.
Siempre.

Diríase que a veces
es su estación preferida...

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